necesita almas íntimamente unidas a Él


«El último fundamento sigue siendo, sin embargo, la vida interior; la formación del hombre va desde dentro hacia fuera. Cuanto más profundamente esté el alma unida a Dios, y cuanto más desinteresadamente se haya entregado a su gracia, tanto más fuerte será su influencia en la configuración de la Iglesia. Y viceversa, cuanto más profundamente esté sumergida una época en la noche del pecado y en a lejanía de Dios, tanto más necesita de almas que estén íntimamente unidas a Él. Pero aún en esas situaciones Dios no nos abandona. Desde la noche más oscura surgen las grandes figuras de los profetas y los santos, aun cuando, en gran parte, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. No cabe ninguna duda, sin embargo, de que los giros decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales poco o nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas, a las que hemos de agradecer las transformaciones decisivas de nuestra vida personal, es algo que sólo habremos de experimentar el día en que todo lo oculto sea revelado.

Es posible hablar de una “Iglesia invisible”, porque las almas escondidas no viven aisladas, sino en un contexto viviente y dentro del gran orden del plan divino. Su efectividad y su íntima unión puede que permanezca oculta para ellos mismos y para los otros a lo largo de toda su vida terrenal. Sin embargo, es también posible que algo de ese orden salga a la luz y se haga visible. Ese es el caso de las personas y los acontecimientos que enmarcan el misterio de la Encarnación. María y José, Zacarías e Isabel, los pastores y los Magos, Simeón y Ana, todos ellos habían vivido en la intimidad de Dios y estaban preparados para la tarea especial que les habría de ser encomendada, antes aún de haber experimentado el admirable encuentro con el Señor y antes de poder entender el camino de su vida como un camino hacia ese punto culminante. En todos los himnos que la tradición nos ha legado se expresa su admiración ante las maravillas de Dios.

(…) Hoy vivimos en una época que necesita urgentemente de una renovación desde las fuentes escondidas de las almas íntimamente unidas a Dios. Hay mucha gente que tiene puestas sus últimas esperanzas en esas fuentes de la salvación. Esta es una amonestación muy seria: de cada una de nosotras se exige una entrega total al Señor que nos ha llamado, para que pueda ser renovada la faz de la tierra. En total confianza debemos abandonar nuestra alma a las inspiraciones del Espíritu Santo. No es necesario que experimentemos la “epifanía” de nuestra vida, sino que hemos de vivir en la certeza de fe de que, lo que el Espíritu de Dios obra escondidamente en nosotros, produce sus frutos en el reino celestial. Nosotros los veremos en la eternidad. 

De esa manera queremos presentar al Señor nuestras ofrendas y las depositamos en las manos de su Madre (…) Nada puede significar para su corazón una alegría más grande que la entrega cada vez más profunda de nuestro corazón al corazón de Dios». 

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)