Cuidadosamente garabateada se nos regala la realidad. Así, mansa, humilde, como la vemos, como está a nuestro alrededor hoy. Ahora mismo Dios nos está haciendo querer amarle de la misma manera que Él no ama, con detalles pequeños, con delicadezas. Porque no estamos solos, no vivimos solos.
La poeta Emily Dickinson decía: «La Verdad debe deslumbrarnos gradualmente» y Dios, que es SIEMPRE PADRE, mira nuestra alegría de niños cuando tropezamos con un tesoro aquí o allí en lugares inesperados que nos sorprenden… Él disfruta cuando tenemos los ojos muy abiertos, como de niños para asombrarnos.
Entonces, la vida se vuelve extraordinaria, pero se vuelve extraordinaria en lo ordinario, y nos damos cuenta de que existen maravillas escondidas y de que tenemos un Padre Bueno, que nos habla en esa belleza cotidiana; como se elevan las oraciones silenciosas, con esa Belleza de un manantial que sigue brotando vivo y todo lo sostiene. Tenemos un Padre que es nuestro anhelo, nuestro origen y destino, … nuestro Padre.
Hoy, en esta realidad cotidiana —en esta delicadeza que el Señor nos regala—, queremos que nuestra alma «se mantenga entreabierta», como decía Dickinson, que se vaya abriendo, abriendo y abriendo largamente, que se abra… y vivir DE AMOR… en asombro, en humildad, dando gracias como hacen los niños.