Ve ante mis ojos

Ve ante mis ojos 
Raúl Eguía Recuero para Semana Santa de Alzira 2024

 5:30 am. Noticias.

Última hora. La confesión del asesino: «No me arrepiento de nada». Esta noche ha revelado detalladamente cómo lo hizo. La madre, Amparo, rota de dolor no quiere hacer declaraciones.

Carmen apaga la tele. El impacto del mal. Su esposo, Juan, está preparando café.

—¿Puedes creértelo? —le pregunta.

—¿Que no se arrepienta? Es un asesino.

—¿Y el dolor que ha causado? ¿y Amparo? Por amor de Dios, ¡le han matado un hijo!

—...

—No hay nadie que pague el dolor que ha causado. Tú sabes lo que ha pasado, Juan, lo sabes. Conoces a la familia.

Carmen se pone una chaqueta, sale y se sienta en la silla de mimbre del balcón. Cruza los brazos, las piernas. La muerte es una realidad dura. Hace frío.

Juan sale al cabo de unos minutos con dos tazas. Se sienta a su lado. Toma un largo trago de café con brandy.

 

silencio

 

No dicen nada. No levantan la mirada. Roza la cucharilla el fondo de la taza como recorriendo la vida, largamente, vueltas y vueltas, lo negro, lo vivido. Un silencio arraigado de realidad y misterio va creciendo según la claridad aumenta. Todo enmudece. Los pájaros. El viento. El olvido. Silencio de los tiempos.

 

absoluto silencio

 

Bebe un poco de café. Los tambores comienzan a oírse hilvanados en la luz. Se acercan poco a poco. Amanece. Van llegando. Carmen se pone en pie. Llegan.

Una densa muchedumbre carga una imagen de Cristo. Amparo, la madre, tan sola entre el gentío, trae un llanto cuajado en amor verdadero y esperanza. Carmen deja el café, baja. Juan decide asomarse, calla.

 

Se encuentran. Se abrazan. Mira a su esposo en el balcón.

Juan piensa en el asesino y sus palabras: «No me arrepiento de nada». Reconoce que esa frase la ha dicho él mismo innumerables veces. Aparta la mirada. En ese instante, de forma rotunda, los ojos de Cristo se encuentran con él. Vienen ocultos en la imagen que las gentes traen. Algo sucede. Esa mirada le toca de alguna forma en su mismo centro. Temor. Alborozo.

Esos ojos tan íntimos que aman y miran, abren el interior de Juan. ¿Cómo es posible? El dolor de los pecados va brotando. A cada pequeño paso, a cada golpe de tambor se va desvaneciendo su arrogante: «No me arrepiento». Quieto. No se mueve. Estremecido. «Con mis pecados yo maté a Cristo». La verdad adentro. Decisiva. «Soy un asesino». ¿En cuántas ocasiones lo hice? Mil veces de mil formas. ¡Qué dolor tan terrible! Y al mismo tiempo el Amor. «No hay nadie que pague el dolor que ha causado».

¿Nadie?

Se va fraguando dentro de él el sentimiento de Cristo, su dolor y su querer, quiere asumir toda la negrura y el pecado sobre sí, abrazarlo totalmente, sin asco, salvarlo. ¡Qué Amor tan inmenso! El alma en vilo. «¿Y aun así me amas? ¿A pesar de lo que te he hecho? ¡¡Me amas!!» Sin saber cómo brota en él un arrepentimiento grande. Certidumbre que germina, le llena y le redime. Está naciendo de nuevo al abrigo de esos ojos. Qué hermosura contempla de repente, ser sostenido en Amor y a cada instante. Amor inmenso, gratuito, inabarcable, que no se agota. ¿Y por qué? Solo por Amor. Dios vivo, libre, inocente, fiel, haciendo la paz por la sangre de su Cruz, que no se cansa de encontrarnos.

 

silencio

 

Canta un gallo. Esos ojos. Una lágrima cae hasta el café. Amparo y Carmen caminan juntas. La imagen de Cristo pasa largamente lenta y el alma de Juan, con Él, se queda.

 

Tambores.

 

el Sol se alza


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