pobreza

«Nuestro Señor es todo lo contrario del mundo. Porque los mundanos sólo tienen por felices a los ricos porque las riquezas permiten hacer todo lo que uno quiere. Al ver a un hombre rico se dice: Dejémosle sitio, es un señor. Y nuestro Señor dice: Felices los pobres de espíritu...

Ya pueden ir por el mundo predicando la pobreza; ¿quién les va a escuchar? Podéis exaltar todo lo que queráis la santa humildad: decidme: ¿a quién podréis persuadir?

Gritad repetidas veces que los pobres son bienaventurados; que por eso no va nadie a querer ser pobre; sólo querrán serlo aquellos a quienes el Espíritu Santo ha concedido el don de sabiduría, el cual hace gustar a las almas la dulzura que hay en el servicio de Dios y en la práctica de las virtudes.

Porque esas almas reciben mil dulzuras y contentos en medio de su pobreza, su mortificación y los ejercicios de religión, pues es a ellas a las que especialmente reparte sus dones el Espíritu Santo; sin embargo, no deben buscar en la religión sino a Dios y la mortificación de sus pasiones, pues si buscasen otra cosa, jamás encontrarían allí el consuelo que pretenden...»

San Francisco de Sales