«Habiendo recibido a Nuestro Señor en la Eucaristía, teniéndolo presente en nuestro cuerpo, no vayamos a dejarlo completamente solo, para ocuparnos de otra cosa, sin hacerle más caso…: que Él sea nuestra única ocupación. Dirijámonos a Él con una oración ferviente; entretengámonos con Él con entusiastas meditaciones. Digamos con el profeta: "Escucharé las palabras que el Señor me dice en lo más íntimo de mi corazón" (Sal. 84, 9). Ya que, si… le prestamos toda nuestra atención, no dejará de pronunciar en nuestro interior, bajo forma de inspiraciones, tal o cual palabra destinada a aportarnos un gran consuelo espiritual y de provecho para nuestra alma»
Santo Tomás Moro